En el 2017, morir con VIH por falta de tratamiento debería ser algo sumamente excepcional. Después de 13 años del inicio de tratamiento antiretroviral gratuito por parte del estado uno pensaría que las cosas ya deberían estar bien encaminadas, al menos para las poblaciones más necesitadas. Desde hace 10 años estoy viendo morir muchos shipibos con VIH. Es triste ver que las cosas no han cambiado mucho. Han empeorado diría yo. En el 2007, los casos eran pocos. En el 2017 tengo en mi memoria varios amigos shipibos que han muerto por VIH. La mayoría de ellos han vivido por tiempos largos en lugares donde hay infectólogos y tratamientos gratuitos. No estoy hablando de personas que han vivido eternamente en lugares inaccesibles, aislados de los servicios de salud. Estoy hablando de gente que habiendo nacido en zonas rurales y remotas han migrado a Pucallpa y luego a Lima para buscar un futuro mejor. La migración del pueblo Shipibo-Konibo y el fuerte estigma sobre el VIH dentro del pueblo Shipibo-Konibo no están siendo tomados en cuenta adecuadamente para brindarles facilidades de acceso a tratamiento.
En los últimos 3 años he visto el mismo patrón de sucesos antes de que alguien muera por VIH. Los shipibos que he visto morir, accedieron al diagnóstico o por campañas o por sentirse mal de salud. Entre quienes fueron diagnosticados en Pucallpa, algunos con mucho esfuerzo entraron a tratamiento en el Hospital Regional de Pucallpa. Muchos se quedaron sin tratamiento intentando salvarse sin éxito con plantas medicinales. Los que entraron a tratamiento y vivían en una comunidad rural, con mucho esfuerzo el técnico sanitario les llevaba el tratamiento de Pucallpa a sus comunidades. Pero en algún momento decidieron venir a Lima. Por distintas razones. Para trabajar y para huir de ser señalados entre sus familiares y amigos como alguien con VIH son las razones más importantes. Llegar a Lima paradójica e injustamente es el inicio de su propia muerte, en nuestras propias narices.
Entre quienes fueron diagnosticados en Lima las cosas fueron peor. El inicio de tratamiento desde Lima es más difícil para ellos. Algunos han tenido que volver a Pucallpa para iniciar y luego volver a Lima para descontinuar el tratamiento.
En Lima un shipibo con VIH no accede a tratamiento porque se enfrentan con tres grandes enemigos: el estigma sobre el VIH entre los shipibos que viven en Lima, la invisibilizacion por parte del estado en su condición de indígena migrante y la burocracia del SIS como “provinciano” con VIH. Uno esperaría que los shipibos que viven en Lima tengan una apertura mayor a temas relacionados con el VIH comparado con los sus familiares que se quedaron en Ucayali, pero la verdad es que conviven con varios casos de VIH y no son efectivos en prestarles el apoyo correspondiente porque aún existe mucho estigma y tabúes respecto del VIH entre sus líderes. Aún causa vergüenza o miedo de hablar sobre este tema abiertamente. En las agendas de los líderes es un tema postergado. Todo lo relacionado al VIH se habla en voz baja aun cuando ellos mismos lo reconocen como un problema de salud muy grande. Al Estado parece no interesarle los migrantes indígenas, solo parece interesarle quienes viven para siempre en sus comunidades. En Lima se vuelven invisibles a no ser que suceda algo catastrófico como el incendio de Cantagallo. Y los indígenas viviendo con VIH en Lima importan menos aún. Por esa idea romántica y etnocentrista que solo son indígenas quienes se quedan allá en condiciones semi aisladas y quienes encajan en un estereotipo de indígena (semi desnudo, que no habla español, etc.). Si migró a Lima, usa jean, habla español, tiene celular, se transporta en metropolitano, entonces ya no es reconocido como indígena. Aunque el tratamiento es gratis, las consultas y varias pruebas complementarias deben ser pagadas por el paciente o subvencionadas por el SIS. En este intento pueden pasar hasta 3 años de abandono al tratamiento y se mueren. Antes de morir, estando con muchas dificultades de salud hacen un último intento de buscar ayuda a los centros de salud. Ahí les vuelven a decir que la solución es que cambien su domicilio a Lima. Que vayan a la municipalidad, al RENIEC etc. Con la agonía a cuestas, queriendo solo atención de salud de su país, este pedido ingenuo suele ser desestimado rápidamente. Porque las fuerzas no les dan para lidiar con otras burocracias. Porque sus jefes no le quieren dar permiso en el trabajo si es que tienen trabajo (que usualmente es día que no trabajas día que no comes). Porque sus familiares tendrían que rogar para que les den permiso en el trabajo si es que lo tienen. O porque sus familiares cercanos no saben que tiene VIH. Porque no tienen familiares cercanos a quien pedir ayuda a lidiar con las burocracias dentro y fuera del sistema de salud. O porque si las cosas empeoran van a volver a Pucallpa y le van a decir que haga exactamente lo contrario. Se mueren de espaldas a los sistemas de salud en la misma capital del país. Haríamos muy bien en nuestro país que además de invertir en llevar infectologos y tratamientos a las zonas remotas de Condorcanqui preguntarnos si podemos salvar vidas de indígenas migrantes con VIH solo poniendo nuestra mirada en Lima, a la vuelta de la esquina, donde los infectólogos y tratamientos están a la mano. No solo hay VIH en Condorcanqui. No solo los awajun y wampis mueren de VIH en este país.
De todos estos años, puedo decir que sin pertenecer a ninguna entidad del estado y a título personal he podido ayudar a que 4 shipibos hasta ahora reciban tratamiento exitosamente. Solo cuatro (En este momento estamos luchando con unos muy buenos amigos del MINSA y la UPCH a que sean cinco casos exitosos) Para que estos cuatro vivan, he tenido que ver morir a cerca de 20. Cuántos más casos habrán que se están muriendo en el total silencio y abandono. Esto me causa mucha impotencia porque no son mis pacientes, no son mis estadísticas por maquillar, no son mis números para ganar financiamientos. Son mis amigos. Mis amigos muriendo en mi país, en su país.